La historia que les voy a contar ocurrió hace mucho tiempo. En el año 1904 para ser más preciso. No recuerdo la fecha exacta, pero tengo presente el acontecimiento central. Y en particular la nota publicada en el diario La Prensa en la sección Policiales, aunque como ustedes después podrán apreciar no era esa la página indicada para dar a conocer la noticia. El título de la nota no lo tengo presente pero sí alcanzo a imaginar los signos de interrogación, como que el cronista estaba algo asombrado por lo que le tocó presenciar. Era una nota breve. Se limitaba a señalar que alrededor del mediodía, podría ser un martes o un miércoles, por ejemplo, la policía encontró en una esquina céntrica de Buenos Aires, supongamos Callao y Corrientes, a un hombre desvanecido en la calle. Supusieron que estaba herido o ebrio, procedieron a trasladarlo a la comisaria. Se trataba de un señor de unos cuarenta o cuarenta y cinco años, vestido con ropas modestas pero dignas para aquellos tiempos cuando en el mundo del trabajo la aspiración de todo trabajador era vestir con “decencia”, una condición que más allá de la posición económica incluía higiene, prolijidad y hasta cierto buen gusto.
Aquí concluye la crónica de La Prensa. Un hombre desmayado en la calle y la policía que lo traslada a la comisaría del barrio. Después hay un par de crónicas alrededor de ese incidente que me han permitido completar el panorama y en particular disponer una imagen capaz de iluminar una escena acerca de un modo de vivir en el universo de las clases populares. Según se supo, al comisario dos “detalles” le llamaron la atención. En primer lugar, el hombre no estaba herido y tampoco ebrio, sino que, de acuerdo al informe del médico (¿había médicos en la comisaria?) el señor había perdido el conocimiento por una causa mucho más elemental y pedestre: hambre. Es decir, se desmayó porque hacía más de 24 horas que no comía. El segundo detalle que sorprendió al comisario es que este señor en el bolsillo del saco guardaba una paquete con un grueso fajo de billetes. Pongamos que en plata de ahora sumaba unos 200.000 pesos.
Lo cierto es que al detenido, luego de servirle el consabido mate cocido con galletas y una salchicha, se decidió dejarlo en libertad. Y aquí estamos en el momento crucial del desenlace. Mientras el señor detenido (su nombre nunca lo vamos a saber) se acomodaba la ropa y guardaba en el bolsillo el fajo de billetes (a ningún cronista el detalle le llama la atención, es decir, pareciera que en aquel tiempo a ningún policía raso o comisario se le hubiera ocurrido aprovechar el estado de indefensión del caballero para quedarse con el fajo de billetes e informar luego a los superiores que el dinero se perdió o se le cayó del bolsillo cuando estaba desmayado) el comisario le preguntó, con cierta prevención y asombro, cómo era posible que se haya desmayado de hambre en la calle con esa pequeña fortuna en el bolsillo. En lenguaje actual le hubiera dicho con tono confidencial: “Por lo menos hubiera dispuesto de unos pesos para comprarse un sandwich y una Coca. El hombre lo miró a los ojos, no fue una mirada altiva u orgullosa, pero sí limpia. Y le dijo: “Ese dinero, señor comisario, yo no lo puedo ni lo debo tocar”. La pregunta del comisario no se hizo esperar: ¿Y se puede saber por qué no lo puede tocar? La respuesta fue concluyente. Habló sin levantar la voz; habló como pidiendo disculpas por decir una obviedad, pero habló claro: “Señor comisario, yo no sé cómo será en su caso, pero yo soy dirigente gremial y esa plata es de la de la caja del gremio…no soy religioso, pero ese dinero para mí es sagrado porque es de mis compañeros…”. No sabemos si el comisario le respondió algo más o si entendió a fondo lo que ese hombre le quiso decir. Lo que nosotros sabemos es que sin proponérselo este señor, del que no conocemos ni el nombre ni el apellido y mucho menos de lo que fue de su vida, brindó al comisario y a todos los argentinos -los de su tiempo y los de futuro- una lección de ética sindical y dignidad humana. Dicho de una manera más frontal y pendenciera: ¿Ustedes se imaginan por ventura a Moyano, a Baradel, a Barrionuevo, al pata Medina en semejante situación? Y si se lo imaginan, ¿cómo creen que hubieran reaccionado?
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