

LA INTIMIDAD DE UN HOMBRE.
El viernes pasado terminó una semana que fue, como la mayoría, bastante agitada, con mucha actividad de distinta naturaleza. Quizás vivimos la última audiencia judicial para tratar el juicio de probabilidad del auto de procesamiento, que los espíritus dañinos, al destrozar el Código Procesal Penal, lo eliminaron en detrimento de los derechos y garantías del hombre común, del hombre de a pie, como se dice actualmente.
Alrededor de las 11 de la noche, después de compartir la cena con Elba, me fui a mi reducto donde tengo libros y música. Miles de ellos. Ahí ejerzo de alguna forma, mi intimidad. Todo está organizado. Cada colección tiene su mueble o su estantería. Ya no elijo, sino que al pasar o saco un libro o un CD al azar y anoché saqué un compact de la colección de música clásica de Deutsche Grammophon y prendí mi antiguo aparato de música que tiene una claridad en su sonido, que transforma las notas en una realidad palpable.
Edouard Lalo es un músico francés del siglo 19 y tomé su obra maestra que para mi es la Sinfonía Española para violín y orquesta y al escucharla viví en un estado de ensoñación donde te aparecen con fuerza momentos de tu vida que así como vienen solos, también se van para dar lugar a otras circunstancias que no se eligen. Esta es la virtud de la música.
Después viene ese silencio creador. Viví los efectos de la grandeza de la música. Hay que quedarse quieto y reconstruir tu propia vida, porque es tu trabajo. Tu vida te pertenece porque vos la creás. Después vendrá la muerte, sola, sin que vos la llamés.
Esta es una forma del ejercicio de la intimidad y te gusta, por eso haciendo un esfuerzo tomé una cajita negra de cartón y aparecieron en ella tres compacts de Roberto “Polaco” Goyeneche charlando con Antonio Carrizo. Que festín de letras de tango, qué poetas extraordinarios, que vida aquella la de Buenos Aires del siglo XX. “No habrá ninguna igual, no habrá ninguna” como dice el tango . Escuché absorto la vida de Goyeneche, de colectivero a cantor y las letras de tantos poetas que ya no se repiten más.
A las letras las he escuchado miles de veces, sin embargo en cada oportunidad vivo una emoción distinta:
“Mientras tanto la garúa se acentúa/con sus púas en mi corazón”.
“Ya sé… no me digás… Tenés razón,/ la vida es una herida absurda”. “Cuando no estás la flor no perfuma,/si tu te vas, me envuelve la bruma”./.
“Primero hay que saber sufrir/ después amar, después partir,/ y al fin andar sin pensamiento”./
“Luego la verdad,/ si es restregarse con arena el paladar/ y ahogarse sin poder gritar, /
Yo te di un hogar, fue culpa del amor/ dan ganas de balearse en un rincón”.
“…a ver, viejo ciego, tocá un tango lerdo,/ muy lerdo y muy triste, que quiero llorar”.
Vino el silencio, se acentuó la intimidad, apagué el aparato, me levanté del sillón y me fui a dormir. Eran las 3. Y apareció la intimidad del sueño. A esta se la dejo a Freud para que la interprete.
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