Por: Hernán «Pichi» Blazquez.
Pre Candidato a Diputado.
Pro-Alberdi ER.
Cambiemos.

La tragedia del piqueterismo argentino frente a la inmigración venezolana. Dos caras de una Argentina que duele.

En cualquier lugar de Buenos Aires al que uno concurra, restaurantes, cafés, drugstores, sanatorios, consorcios encontrará un nuevo protagonista de la ciudad: el trabajador venezolano. Amables, cultos, bien predispuestos, ganaron rápidamente la confianza de empleadores y del público.
La ola migratoria venezolana alcanzó a las 70.000 personas, en general ciudadanos opositores al gobierno chavista. Hoy por hoy la cantidad de venezolanos que ingresan al país supera a cualquier otra nacionalidad. En 2016 los venezolanos representaban el 6% del total de inmigrantes y hoy esa cifra supera el 25%.
Una cuestión sobrevuela este fenómeno interpelando a nuestra sociedad: ¿Cómo es posible que en una sociedad donde presuntamente escasea el trabajo estos inmigrantes consigan ocupaciones efectivas?
Como en todo factor humano, la respuesta no es univoca. Existen varios factores que facilitan este fenómeno.
La principal explicación surge de dos palabras: “necesidad” y “dignidad”.
Los venezolanos escapan de una situación límite en su propio país, de aristas impensadas. Desempleo, inflación, desabastecimiento, prebendas, inseguridad y hambre. Sí, por primera vez en su historia Venezuela sufre hambre colectiva. Solo unos pocos acomodados del gobierno o aquellos muy ricos escapan a esta situación.
Los venezolanos han visto el abismo.
Su necesidad los ha llevado a quemar las naves en su país y tomar la muy difícil decisión de emigrar. Llegan sin mayores expectativas. Cualquier oferta de trabajo es buena para ellos y se adaptan a la oferta laboral existente. La mayoría en la clandestinidad registral y los menos en trabajos registrados conforme a derecho. Mas la tendencia va hacia su inclusión en la economía formal. Por ello primero los veíamos atendiendo un kiosco o manejando un taxi y hoy ya los vemos en empresas de seguridad, grandes cadenas de supermercados, oficinas y otros sitios donde es impensada la existencia de trabajo en negro.
Su dignidad, la cultura del trabajo que traen consigo evitan que pidan caridad, que se asuman como refugiados o que pretendan sumar un gasto ayuda social más a nuestro ya sobrecargado Estado. Luchan por su progreso como lo hicieron nuestros bisabuelos y abuelos mayormente españoles e italianos. Su inmigración se adivina como positiva.
Más claro está esta oferta laboral era mayormente preexistente. Esos puestos estaban vacantes y no eran ocupados por ese gran porcentaje de argentinos desempleados.
Allí la otra gran interpelación a nuestra sociedad: ¿Por qué los argentinos no ocupan esos puestos de trabajo? Nuevamente dos palabras definen la explicación: “vagancia” e “indignidad”.
Es que nuestra sociedad esta carcomida por el peor de los males, cual es la indignidad. Parte de nuestra sociedad se ha acostumbrado a vivir de las dádivas de un Estado que ya no puede otorgarlas. La porción de la sociedad que trabaja y genera riqueza está virtualmente asfixiada por las cargas que le imponen grandes masas de ciudadanos que habiendo perdido la cultura del trabajo, se entregan a la vagancia y a posteriori, en alguna proporción cada vez más ascendente, a la delincuencia. Esas masas son presa fácil de políticos corruptos que a cambio de un mendrugo de pan, las utilizan como fuerza de choque en un juego siniestro.
A mayor masa de desempleo indigno y prebendario, mayor poder de aquel que maneja los subsidios y planes.
Cualquiera que transite habitualmente el centro porteño podrá reconocer la industria piquetera del apriete al poder. Masas de gente entrenada a marchar, sin ninguna dignidad, sin ms esperanza que mantener su plan social, tras grupos de violentos legitimados tras consignas sociales. Unos llegan en colectivos, otros bien organizados en vehículos de valor.
En la Av. 9 de Julio, en Callao y Corrientes o en los demás sitios elegidos por las organizaciones de protesta, presuntos desempleados cortan el tránsito, impiden el trabajo de otros argentinos, en su mayoría contribuyentes fiscales, a pasos de ya miles de venezolanos que ocupan los puestos de trabajo por ellos dejados o desaprovechados.
Un nuevo capítulo de esta tragedia Argentina.

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